El día en que la vida de Shirley Taborda, autora del libro Mariposa viajera, cambió para siempre no estuvo acompañado de anuncios espectaculares ni señales del destino. Fue un día común, sencillo, como cualquier otro. Y, sin embargo, algo invisible comenzó a transformarse dentro de ella. Desde muy joven, Shirley soñó con cosas grandes, pero jamás imaginó que una de ellas sería escribir un libro.
No lo pensó como un logro personal, sino como un acto de amor y legado. Porque para ella, escribir no es una meta, sino una necesidad del alma. Muchas veces escuchó la frase: “¿Para qué escribir un libro si a nadie le interesa la vida de uno?”. Durante mucho tiempo, esa pregunta la hizo dudar.
Pero con el paso de los años comprendió que no escribe solamente para sí misma. Escribe para sus hijas, para sus nietos y para todos aquellos que, al leerla, puedan reconocerse en sus palabras. Escribe para que, cuando ya no esté en este mundo, sus letras sigan vivas, abrazando, sanando y dejando huella.
Este libro no le pertenece únicamente a ella. También pertenece a quienes caminaron a su lado, a quienes la amaron, la rompieron y la enseñaron. En sus páginas hay verdades íntimas, cicatrices abiertas y también esperanza. Algunos nombres han sido modificados para proteger la identidad de quienes aparecen en su historia, pero la esencia de cada uno permanece intacta.
Porque lo importante no es cómo se llamaban, sino lo que dejaron en su vida. Este libro está hecho de memorias, sí, pero también de amor, aprendizaje y perdón. Al abrir estas páginas, Shirley invita al lector a conocerla no solo como autora, sino como mujer, madre, abuela y ser humano. Pide que se la lea con el corazón abierto, sin juicio, con la empatía que nace de saber que todos hemos pasado por algo que nos marcó para siempre.
Que cada palabra escrita sea un puente entre quien lee y ella, un encuentro sincero entre dos almas que, aunque no se conozcan, pueden comprenderse. El libro Mariposa viajera es su historia, pero también puede ser la de muchos otros. Porque en cada experiencia que relata hay una chispa de humanidad que trasciende las diferencias. Si alguna vez alguien sintió que no podía más, si tuvo que reconstruirse desde el dolor o volar con las alas rotas, entenderá este viaje. Y tal vez, al final, descubra que también tiene alas.

