Clara Inés Mariño García, autora del libro Mujer, despierta y crece con propósito, nació en un pueblito llamado Santa Rosa de Lima del Magdalena, donde los campos de café se mecían como un canto de esperanza y las aguas del río guardaban susurros de promesas no cumplidas.
Su familia gozaba de una posición económica envidiable gracias a la prosperidad de su padre, y su infancia estuvo bordada con hilos dorados que Dios le regaló. Desde muy niña, cuando sus padres vieron el fuego de liderazgo encendido en sus ojos, la guiaron para que aprendiera a ejercerlo entre las empresas que sostenían su mundo.
Pero Dios, que es el mejor escultor del carácter humano, permitió que esas empresas se desmoronaran como castillos de arena, para formar a la mujer que ella es hoy. Así, todas las riquezas de su padre se evaporaron, y con ellas también su nombre, que se había convertido en un tótem de orgullo y egocentrismo, al punto que otras niñas llevaban su nombre como estandarte.
Su nombre se volvió una pequeña idolatría que Dios decidió arrancar de raíz, susurrándole: “No quiero que sigas vacía con ese nombre; quiero forjar en ti la mujer que yo he dicho que eres”.
Fue entonces cuando su padre se vio obligado a dejar atrás Santa Rosa y mudarla a la capital del Atlántico, Barranquilla, donde sus pies aprendieron la aspereza del camino y sus manos la humildad del trabajo. Allí entendió que ya no tenía un padre rico que la sostuviera, ni un apellido que abriera puertas.
La realidad la mordió con la crudeza del desierto, y para costearse la universidad y sus estudios, se convirtió en empleada doméstica: la hija de don Miguel ahora era la sirvienta. Incluso su madre, desbordada por la tragedia de no tener ya empleadas para ayudarlas, intentó quitarse la vida. Aquellas manos que un día habían dirigido se convirtieron en las manos que limpiaban y cocinaban.
Descubrió entonces que los socios millonarios de su padre se habían evaporado como humo, y comprendió que la “sociedad” muchas veces se disfraza de “suciedad” cuando no se mira a través de los ojos de Dios. Porque el dios del dinero —que se escribe con “d” minúscula— no es el mismo que Clara Inés aprendió a conocer en el desierto. Ese Dios verdadero le enseñó que lo que no mata, forja, y que lo que se pierde no es lo que define el valor de una mujer.
Así estudió Administración de Empresas en la Universidad Simón Bolívar, mientras los sueños de ser novelista y actriz todavía ardían en su corazón.
